jueves, 12 de febrero de 2009

Ernesto Guevara en Mendoza


En febrero de 1950 un estudiante de 21 años pasaba por nuestra provincia en una bicicleta con motor y visitaba a una tía. Recorrió 12 provincias en un esforzado raid que duró un mes y medio. Todavía no era el Che. (Imagen: Guevara es el último de la derecha)

Ernesto Guevara de la Serna, por esos días de febrero de 1950, todavía no era el Che ni tenía barba ni era el póster ni el ícono ni el revolucionario.

Era un muchacho de 21 años, un estudiante de tercer año de Medicina en Capital Federal y realizaba un raid en una bicicleta con un motor adosado.

El 1 de enero de 1950 había iniciado su primer viaje solo. Salió de Buenos Aires, pasó por Santa Fe y fue a Córdoba a visitar a su amigo Alberto Granado en San Francisco y a otros amigos de la infancia. Después emprendió para el noroeste argentino pasando por Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis. En total recorrió 4.500 kilómetros.

Hace 58 años Ernesto Guevara le escribió a su padre:
“San Juan. Febrero 12 de 1950, Querido viejo: Te escribo desde aquí para desearte un feliz cumpleaños (…) Yo estoy en la etapa final de mi viaje, mañana emprendo viaje a Mendoza donde pienso estar un día en lo de (tía) Maruja si es que está ella allí y después viajo directamente a Buenos Aires. Bueno viejo, ya tendré tiempo de charlar más por allá y no hoy, que precisamente estoy sin ganas de escribir, razón por la que no le mando unas líneas a Beatriz, espero que hayan recibido las tarjetas que mandé desde Jujuy. Hubiera querido seguir viaje a La Quiaca pero hay varios ríos desbordados y un volcán en actividad que joden el paso”.

“Recibe un gran abrazo del Primogénito”

La tía Maruja era María Luisa Guevara Linch, casada con Martín Martínez Castro, cuñado del padre del Che. Esa tía estaba en Mendoza (dicen que en una casa en Coquimbito, Maipú, por el carril Urquiza). “Cuando llegó, su tía no lo reconoció a causa de la mugre que llevaba encima, cuando al fin aceptó que eso era su sobrino, le dio un tremendo almuerzo, le lavó la ropa y le llenó la mochila de bollos”, dice una biografía del Che.

Después siguió a San Luis hasta llegar a Buenos Aires. Una vez en su casa le envió una carta a la empresa Micrón que le reconoció el esfuerzo con una suma de dinero y lo incluyó en un aviso publicitario que se publicó en la revista El Gráfico varias veces durante 1950.

Ese fue el primer viaje de Ernesto Guevara que además de su espíritu aventurero, demostraba su faceta deportiva a pesar del asma que lo aquejó toda su vida.

Pedaleando y descansando cuando arrancaba el motor, en ese viaje de un mes y medio el muchacho ya se hacía planteamientos por la pobreza del Norte y las carencias de la gente. Allí empezó a sentir en persona la escasez de alimentos. Era el Che en pañales.

El inhalador

El periodista Diego Bonadeo (padre de Gonzalo), cuenta: “Guevara jugó, y yo lo vi, en Yporá (en 1947), un equipo que jugaba los campeonatos de la Liga Católica. Lo de Atalaya fue un poco posterior. En San Isidro había estado antes. Cada quince o veinte minutos tenía que salir de la cancha, por ejemplo donde estaba el juez de línea, y donde también estaba yo con el inhalador, yo le daba el inhalador y entonces él se daba unas aspiraditas y podía seguir jugando”. 

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